sábado, 1 de diciembre de 2018

"Anatomía de un asesinato", una guía para ser abogado.


Anatomía de un asesinato

Un caso único


(Robert Traver, pseudónimo literario de John D. Voelker, 1958)



Resumen


Un hombre que ha matado a tiros al agresor de su esposa, la hermosa y provocativa Laura Manion, es detenido y acusado de asesinato en primer grado. La acción se desarrolla en un juzgado en una pequeña ciudad del Medio Oeste norteamericano, y los actores son los fiscales, los abogados defensores, el juez, el acusado, y el jurado, el cual decidirá el destino de un hombre. Pero los detalles del crimen y las historias personales de los implicados son secundarios, ya que el drama del juicio criminal revela las complejas cuestiones morales conlleva y que son expuestos hasta su misma esencia y la pregunta más difícil de contestar es: ¿hasta dónde es capaz de llegar un hombre para convencer a sus semejantes de que es inocente de asesinato? ¿Y cuánto será usted capaz de arriesgar para ayudarle?





Parte Judicial



Introducción 

Una milimétrica descripción de las partes del proceso y la magnífica investigación y presentación de pruebas, así como las maniobras de abogados y fiscales para influir en la sentencia del juez mediante la oratoria, la convierten en un icono de la literatura jurídico-criminal recomendado, sobre todo, para futuros abogados penalistas. Se trata de un clásico que esbozó las líneas principales por las que habrían de moverse gran parte de autores posteriores. 

"Anatomía de un asesinato" nos deja perplejos desde el momento en el que el protagonista , Pauly Biegler, acepta el caso porque necesita el dinero. Un hombre ha cometido un crimen, es culpable, pero como todo acusado tiene derecho a un juicio justo. Pero ¿existe justicia en el momento en el que alguien que ha matado a otra persona sale en libertad gracias a alegar locura temporal? Sabemos el acusado, Frederick Manion, no estaba loco cuando cometió el crimen, ni se dejó llevar por un arrebato que le cegó el sentido común, y asistimos atónitos a la defensa por parte de alguien que merece la cárcel. Toda la historia se muestra como algo totalmente cotidiano. El más descarando realismo impregna cada una de las secuencias del caso, lo cual hace más terrible su premisa. En los instantes finales, cuando vemos que Frederick ha quedado en libertad, éste no paga al abogado sus honorarios por el  trabajo realizado, aludiendo la misma excusa utilizada en el juicio. Esto puede verse como la parte que tiene que llevarse Biegler por defender algo indefendible. Los hechos tienen consecuencias, y ésa es la que le ha tocado al personaje central.



Desarrollo


Esta historia es una representación de la Justicia en su concepto más absoluto y abstracto, además de ser un canto humanista, con sus toques adecuados de cinismo.
Es, a su vez, una profunda reflexión sobre los múltiples matices que tiene la Verdad.

La novela comienza cuando Pauly Biegler recibe la llamada de Laura Manion, la esposa de un militar, Frederick Manion, que ha sido detenido por asesinar al dueño de un hotel junto al lago que concita el turismo del lugar. El caso, en apariencia sencillo, se complica cuando el fiscal local reclama la colaboración de un famoso y muy duro fiscal de la capital del estado, Dancer. Biegler, para hacer cara cuenta con la ayuda de un viejo borracho, antiguo abogado, Parnell Emmett McCarthy.

(En su momento, además, se incluyeron  palabras que se consideraban «malsonantes» y, por tanto, prohibidas. La principal, es la referencia continua a las "bragas" de la joven violada como prueba fundamental de cargo).

La primera impresión que causa la historia, es de asombro durante los momentos de duelo dialéctico entre el abogado defensor y su oponente el fiscal Dancer, grandes dominadores de todas ese vocabulario y tácticas que parecen imprescindibles en quienes practican el derecho en los EE.UU.

De entrada, Pauly se nos presenta como un hombre que parece haberse abandonado profesionalmente (sólo parecen preocuparle el jazz y la pesca) y que mantiene un bufete que parece tener muy pocos clientes, y que sale adelante con la ayuda de su secretaria Maida, que intenta inútilmente aportar la voz de la sensatez. Poco a poco se descubre que antes era el fiscal de ese mismo distrito, pero perdió las elecciones  (que en ese entonces para ganar era necesario vender folletos que explicaran estas extrañas, y que eran muy característicos de la justicia norteamericana), pero no parece remontar ni preocuparse por hacerlo, desde entonces. Eso sí, hay algo en la vida que sí parece importar a Pauly, y es el viejo y alcoholizado abogado, Parnell Emmett McCarthy, que viene a visitarle por las noches para seguir bebiendo y leer en común antiguas crónicas judiciales. Lo cual enlaza ya con ese humanismo de la trama: la ternura en las relaciones personales como verdadera forma de realización de los hombres.

Como quinta esencia del cine judicial, Anatomía de un asesinato supone toda una exhibición de ese carácter de representación que todos asociamos a la justicia anglosajona: 
  1. La sensación de que los juicios criminales anglosajones son un espectáculo dramático en el que casi cuenta más la buena actuación de los actores (el fiscal y el abogado, los testigos y los inculpados, incluso el juez).
  2. La consistencia del libreto y su teórico objeto: el establecimiento de la culpa.
Se parte de que, en esta ocasión, no hay enigma alguno que resolver: desde el principio se sabe que el teniente Manion mató a Barney Quill porque éste violó a su mujer; y parece también claro que la violación existió. De ahí que el conflicto gire únicamente en torno a la cuestión que el mismo protagonista, el abogado Pauly Biegler sabe que es la base de su defensa: convencer al jurado de que Manion tuvo una «justificación» que le enajenó en el momento de disparar a Quill. Y que los fiscales intenten dejar bien sentado que hubo incitación por parte de Laura Manion, y que su marido, por otra parte, actuó con sangre fría y no dejándose llevar por un arrebato.

De ahí que, toda la dramaturgia gire en torno a la capacidad de convicción del abogado (Biegler) y de los fiscales: el gris fiscal local, Lodwick, pero sobre todo la eminencia llamada de la gran ciudad, el inescrupuloso e implacable Dancer. No en vano, la declaración final que inclina el veredicto del jurado, la revelación de la joven Mary Pilant, acosada por Dancer para que confiese que el muerto, al que ahora parece querer hundir con despecho, era su amante, en realidad era su padre. No es la clásica sorpresa final de este tipo de novelas, puesto que el lector lo sabía con antelación. Por el contrario, la última escena de interrogatorio es la pieza final de la representación, en la cual el jurado se inclina por la inocencia de F. Manion, dicho de otro modo, Dancer pierde el caso porque su dialéctica y sus trucos no estaban preparados para esa revelación final.

El autor en todo momento, con una honestidad fuera de duda, nunca lleva de la mano al lector. Le presenta todos los elementos de juicio, no se guarda ningún “as” bajo la manga y presenta el conflicto con la adecuada ecuanimidad. Es cierto que todas las simpatías del espectador están con Pauly y sus colaboradores, el veterano Parnell McCarthy y su secretaria Maida (a quien, en una significativa muestra de respeto, Pauly presenta en cierto momento como su «asociada»). Sin embargo, también es cierto que el personaje de F. Manion no resulta nada simpático: es claramente un individuo altanero y violento, seguro de sí mismo más allá de lo tolerable. La antipatía instantánea que despierta, en especial al compararlo con la naturalidad del resto de personajes, en cierto modo refuerza la caracterización negativa del personaje.

Pero sobre todo, esa ecuanimidad ante el lector viene representada por el inolvidable personaje del magistrado Weaver. Con su humanidad, su socarrona capacidad para entender, con humor y comprensión, a todas las partes. Parece el encargado de impedir que los grandes histriones,  Pauly y Dancer, extralimiten su posición de poder sobre los testigos, sabiendo siempre situarse en el punto justo para que ninguna de las partes adquiera una ventaja excesiva.

El gran tema del libro es su ya comentado humanismo. Humanismo que se encarna en el juez Weaver, en la relación entre Pauly y el viejo Parnell, en la presencia como apoyo latente siempre de Maida, en los planos que muestran el banquillo de los acusados, en la afabilidad con que fuera de la sala, en los pasillos y en los calabozos del tribunal, se tratan todos esos hombres (Pauly, Lodwick, los alguaciles) que se conocen de mucho tiempo atrás, en la socarronería con que Pauly y Weaver saben hacer aparecer el calor humano en la fría estancia del tribunal.
Y que, sobre todo, actúa por contraste con la joven pareja sometida al trance del juicio: el matrimonio Manion. La amoral Laura, una mujer que rezuma sexualidad por todos sus poros, que no duda en utilizar siempre, ya sea para su vanidad personal o para conseguir que los hombres hagan lo que ella quiere. Y el ensoberbecido teniente Manion, cuyas miradas hacia su mujer manifiestan un sentido de la posesión que sin duda delatan a un maltratador. Está muy claro que F. Manion considera a Laura, en gran parte, culpable de haber instigado esa agresión.
               
La grandeza de este libro es que, al final, el autor deja que sea el lector quien juzgue la justicia o injusticia del veredicto, la verdadera naturaleza de esa muerte. Pues puede que F. Manion, en efecto, se dejara llevar por un impulso enajenador, pero es evidente que hay en él un fondo de violencia que favorece que ese impulso concluya en una muerte. Puede que Laura sea, como señala su marido, un tanto provocativa, pero nada justifica que un hombre decida que tiene carta blanca para poseer a la mujer que parece estar «pidiéndolo».

Al final es el lector quien estima si puede considerarse inocente a alguien que ha matado a otro ser humano, y no en defensa propia: en cualquier caso, la justicia «legal» sí permite hacerlo.


Donde el autor sí deja clara su postura, es en el final, en el verdadero legado del juicio. Ese final muestra a Pauly y a Parnell ante la evidencia del cinismo de los Manion, que se han marchado del recinto de caravanas donde vivían —otra muestra de la deshumanización asociada a la pareja: son incapaces (ellos mismos se definen como nómadas por vocación) de buscar la calidez de un rincón propio y asentado, como la acogedora casa de Biegler—, y sin pagar. Poco importa eso para el protagonista, pues el premio obtenido nunca podía ser el escaso dinero de los Manion, sino la autoestima, de ahí que el final de Anatomía de un asesinato en ningún caso pueda ser cínico ni desengañado, sino profundamente jovial, un bello canto a la amistad.




Fragmentos de la película (basada fielmente en el libro)
  1. Las escenas se sitúan durante el juicio


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